Gracias a ella seremos capaces de comprender y gestionar mejor nuestras emociones
El coeficiente intelectual no es la única garantía de éxito en el ámbito profesional, social o personal. La capacidad de ser conscientes del contenido de nuestros pensamientos, de reconocer cómo nos sentimos, de comunicarlo, de comprender la función que se esconde detrás de un pensamiento y de una emoción, de escuchar activamente, de tomar distancia del conflicto y analizar soluciones no intentadas, de poner límites y decir no, de autoempatizar con nuestro yo, etc., son habilidades propias de la inteligencia emocional que ayudan a relacionarnos con nuestro entorno de un modo constructivo.
Ser inteligente emocionalmente no significa "no perder nunca el control", del mismo modo que no se traduce en "no tener ansiedad", "no sufrir" o "no tener miedo".
Ser inteligente emocionalmente significa comprender qué ha sucedido y tener estrategias para responder. Ser inteligente emocionalmente significa escuchar la ansiedad como un mecanismo de alerta que, en algunos casos, estará activado por pensamientos de "no ayuda". Ser inteligente emocionalmente significa regular dichos pensamientos y encontrar otro camino de solución. Ser inteligente emocionalmente significa permitirse estar triste sin dejar que la emoción sea quién decida (como por ejemplo en el caso de la depresión). Ser inteligente emocionalmente significa sentir que somos los protagonistas de nuestra propia historia de vida.
El sistema de pensamientos y emociones y la metáfora de los lentes
Cada persona posee un sistema de pensamientos y emociones único. Los demás pueden empatizar con él, pero cada individuo es experto en su propio contenido. Partiendo de este preámbulo, podemos decir que la inteligencia emocional es aquella parte de la inteligencia que fija especial atención en la funcionalidad de dicho sistema y busca las herramientas necesarias para velar por su sostenibilidad.
Así pues, cada uno de nosotros lleva puestas unos 'lentes' desde las que construye su visión de la realidad y lo hace a partir de cuatro factores esenciales. El primero es la experiencia vital, es decir, todas aquellas vivencias que tenemos a lo largo de la vida y que condicionan este sistema de pensamientos y emociones. El segundo es la herencia emocional; cada persona forma parte de una familia, de una ciudad, de una cultura, etc. Existe toda una batería de elementos sociales y educacionales que nos han sido transferidos y que influyen en cómo entendemos el mundo.
(Fuente: www.informacíon.com)
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